jueves, 30 de octubre de 2014

¿Quién dirige tu vida?



Ya hemos mencionado alguna vez aquí, que la vida de vez en cuando implica dolor. Hay gente que se queda atascada en el dolor y sufre más aún por no poder librarse de él. Se sumergen en una especie de lucha, que puede no acabar nunca.


 
Suele pasar que cuando uno sufre no puede ver otra cosa y el sufrimiento ocupa la primera posición en cuanto a energía y tiempo dedicado al día. Esto indirectamente implica que poco a poco la vida se va reduciendo, va perdiendo vitalidad, se convierte, a veces,  en mera supervivencia ¿pero es posible seguir incluso con sufrimiento?
 


Parece que sí, hay gente que ha tenido duras pérdidas, ha sufrido accidentes, abusos, injusticias y ha seguido. Pero, y si estás pasando ahora mismo por un momento de dolor ¿qué te puede ayudar?


 
Quizá leer esta historia te ayude a reflexionar:



 


 
Imagina que vas conduciendo el autobús de “tu vida”. Como en cualquier autobús, a medida que sigues tu ruta, vas recogiendo pasajeros.

En este caso, tus pasajeros son tus recuerdos, sensaciones corporales, emociones condicionadas, pensamientos programados, impulsos generados históricamente y cosas por el estilo.

Has recogido algunos pasajeros que te caen bien, como esas dulces ancianitas que te gusta que tomen asiendo hacia delante, cerca de ti. También has recogido algunos que no te gustan: tienen el aspecto de miembros peligrosos de una banda y tú hubieras preferido que tomaran otro autobús.

Es probable que hayas pasado mucho tiempo intentando echar del autobús a determinados viajeros, hacer que cambiaran de aspecto o que se hicieran menos visibles. Por ejemplo, quien sufre trastornos de ansiedad, compulsiones o sentimientos dolorosos de tristeza, lo más probable es que ya haya intentado parar el autobús para hacer que se bajaran esos pasajeros.
 
Cuando tienes sentimientos, recuerdos o sensaciones desagradables lo que  intentarás  será bajar a esos pasajeros. La primera cosa que sueles hacer para conseguirlo es detener el autobús; tuviste que dejar tu vida en suspenso mientras te centrabas en la lucha. Y, lo más probable, es que los viajeros indeseables no se apearan como resultado de esa lucha.

Los pasajeros tienen su propia mente; además, el tiempo transcurre en una sola dirección, no en dos. Un recuerdo penoso, una vez que ha subido al autobús, ya se queda en el autobús para siempre. A menos que te practiquen una lobotomía, ese pasajero no va a marcharse.

Una vez que hemos comprobado que nuestros viajeros, sencillamente, no van a apearse, como último recurso nos centramos en su aspecto y visibilidad. Si tenemos un pensamiento negativo, intentamos maquillarlo un poco, retocando una palabra aquí, un matiz allá. Pero somos seres históricos. Cuando discutimos o intentamos cambiar a los viajeros de nuestro autobús, lo único que hacemos es añadirles aún más cosas. Es como encontrarse con un miembro de una banda y obligarle a que se ponga traje y corbata para que no parezca tan malencarado. Pero en nuestra memoria, al final, el bandido sigue viviendo con su aspecto original. Incluso aunque lleve un traje caro y una corbata, en el fondo, sabemos que no ha cambiado demasiado.

Una vez que hemos agotado todas las posibilidades, lo que solemos hacer es intentar llegar a un acuerdo con los pasajeros del autobús. Procuramos que los menos peligrosos se hundan en sus asientos al fondo, con la esperanza de que, por lo menos, no tengamos que verlos demasiado a menudo. Tal vez hasta nos imaginemos que se han esfumado del todo. Inventamos formas de evitar saber que los viajeros que nos dan miedo siguen en el autobús. Evitamos. Tomamos drogas legales. Negamos. Puedes intentar muchas maneras de ocultar tu ansiedad, depresión o baja autoestima, pidiéndoles a esos pensamientos y sentimientos que se hundan en el asiento de atrás.
 
Pero el coste de esta estrategia es elevado: renunciar a tu libertad. Para conseguir que tales indeseables pasajeros se mantengan lejos de tu vista, les propones este lamentable trato: Si ellos se mantienen agazapados y ocultos, tú los conducirás a donde ellos quieran ir.

Por ejemplo, para conseguir que por ejemplo la fobia social se vaya a la parte de atrás del autobús, tú puedes evitar estar con gente en situaciones en las que te parece que puedes quedaren evidencia y que te dan miedo; cuando aparece la oportunidad de relacionarte con otra gente, la rechazas o te escudas en un tipo de relación a la defensiva y tímida. Solo para conseguir que ese amenazador pasajero, la fobia social, no asome la cabeza. Incluso aunque esta última estrategia parezca funcionar hasta cierto punto, es a costa de un precio muy elevado. Cuando vas a donde los viajeros te dicen que vayas, has perdido el control del autobús de “tu vida”.
 
Cuando subes a un autobús, verás que en la parte superior lleva un cartel en el que se especifica a dónde va el autobús. Los pasajeros que suban a ese autobús irán a ese destino. Así, el destino del autobús no depende del capricho de cada momento de los pasajeros sino que corresponde a los propietarios de la compañía y a los conductores determinar el destino y llevar hasta allí el vehículo. Por eso, este es el momento de determinar a dónde quieres que se dirija ese autobús llamado “tu vida”. ¿Qué vas a decidir poner en su letrero? ¿Cuál es tu ruta?
 
(Extraído de “Sal de tu mente y entra en tu vida” C.Hayes)
 



 
 
Efectivamente descubrir tu ruta no es algo fácil. Implica pensar en el camino que has seguido hasta ahora y asomarse al vértigo de mirar adelante. El miedo será un pasajero habitual en este autobús que describíamos ¿pero te atreves a seguir incluso con miedo?
 
 



Elena de Miguel
Psicóloga y coach