Cada día por distintas cuestiones en nuestro camino se cruzan
decisiones, problemas, proyectos que no sabemos como sacar adelante.
Hay momentos duros en que pensamos en renunciar, salir corriendo,
resignarnos a un futuro un tanto incierto.
Sin embargo hay otras personas que deciden luchar hasta el final,
porque saben que aunque duro el esfuerzo merece la pena. Es un dolor necesario.
Enfrentarnos a la vida de una u otra manera depende de una actitud, elegir
luchar hasta el final o rendirnos, depende de nosotros.
Hay cosas en la vida que son inevitables, eso no se puede cambiar
pero si elegimos luchar hasta el final, pase lo que pase, quizá al final
logremos un milagro que creíamos que no era posible.
Por eso, por toda la gente que hoy se encuentre hasta el cuello
llenos de problemas y no ven el sentido a seguir intentándolo, les quiero
dedicar este cuento de Jorge Bucay, como mensaje de esperanza y de lucha.
Había una vez dos ranas que
cayeron en un recipiente de nata.
Inmediatamente se dieron
cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa
masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la
nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían
chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil
salir a la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz
alta: - “No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se
puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo
qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril”.
Dicho esto, dejó de patalear
y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido
blanco.
La otra rana, más
persistente o quizás más tozuda se dijo: - “¡No hay manera! Nada se puede
hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte,
prefiero luchar hasta mí último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de
que llegue mi hora”.
Siguió pataleando y
chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante
horas y horas.
Y de pronto, de tanto
patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en
mantequilla.
Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el
borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.
Seamos como la rana pataleemos, seamos cabezotas para bien porque
el día menos pensado los problemas, así como la nata se transformaran y
nosotros con ellos habremos crecido como personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario