A veces usamos
estas dos palabras de manera indistinta “siento un gran dolor, siento un gran
sufrimiento”.
Si extraemos el
primer significado que aparece en el diccionario de “dolor” se refiere a la sensación molesta y desagradable que se
siente en una parte del cuerpo a causa de una herida o enfermedad. Como segundo
significado lo relaciona con la tristeza o la pena por algún hecho concreto.
Cuando buscamos
en el diccionario “sufrimiento” nos habla
del dolor físico o psíquico que experimenta una persona; en este caso como
segunda acepción nos habla de la
paciencia con que alguien soporta una desgracia.
¿Qué conclusión
podemos sacar? ¿Implica siempre el dolor, sufrimiento?
Hablamos del
sufrimiento más como la elaboración
mental del dolor. El sufrimiento puede surgir a partir del dolor, siendo el dolor un dato real del mundo. El
sufrimiento es sin embargo una interpretación.
Aquí nos habla
de sufrimiento como paciencia. Podríamos hablar de la paciencia, de quien
espera a que el dolor acabe, quizá con resignación ¿qué margen de maniobra nos
deja esto? Más bien, poco. Os propondré otro término que me gusta más, el de
esperanza. Si hablamos de esperanza,
hablamos de una espera en que confiamos que ocurra aquello que queremos,
que algo que ahora podríamos considerar un deseo, llegue a materializarse.
La esperanza
viene del futuro de creer que voy a superar el dolor, de confiar en mis
recursos, de hacerme más grande, para algunos supone ponerse en manos de una
divinidad, pero no tiene por qué, algunos en el dolor o por la transformación
de este dolor encuentran el sentido de la vida; pero esta transformación no es
sencilla porque implica crecer, hacernos grandes en la adversidad. Lo que
actualmente se conoce como resiliencia.
Por eso os voy
a contar hoy una historia que habla de esto, de cómo lo desagradable, el dolor,
está presente en nuestra vida pero si crecemos al valorar lo que seguimos
teniendo a pesar de ese dolor. Nos hacemos más grandes y el sufrimiento quedará
mucho más diluido en el gran recipiente de nuestra vida que tantas cosas
contiene, además del dolor.
Cuenta la historia de un Maestro Hindú, que estaba muy cansado de escuchar
las quejas de su aprendiz. Con intención de enseñarle algo, lo envió a buscar
algo de sal. Cuando regresó, le pidió que tomara un poco de sal y la echara en
un vaso de agua, para luego beberla.
- ¿Qué tal sabe? - preguntó el maestro-.
- ¡Muy desagradable! -respondió el aprendiz-.
El maestro, con una sonrisa en la cara, le pidió que lanzara la misma cantidad de sal al lago. Caminaron a un lago cercano, y el aprendiz arrojó la sal.
- Ahora bebe del lago. ¿A que sabe?
- Fresca -respondió el aprendiz después de tomar el agua-.
- ¿Te supo a sal?
- No, en absoluto.
Entonces, el maestro le dijo: "El dolor que hay en la vida, es pura sal. La cantidad de dolor siempre es la misma, pero el grado de amargura que probamos, depende del recipiente donde dejamos la pena. Así, cuando sientas dolor, lo único que debes hacer es agrandar tu sentido sobre las cosas. Pasa de ser un vaso de agua, a convertirte en un lago."
- ¡Muy desagradable! -respondió el aprendiz-.
El maestro, con una sonrisa en la cara, le pidió que lanzara la misma cantidad de sal al lago. Caminaron a un lago cercano, y el aprendiz arrojó la sal.
- Ahora bebe del lago. ¿A que sabe?
- Fresca -respondió el aprendiz después de tomar el agua-.
- ¿Te supo a sal?
- No, en absoluto.
Entonces, el maestro le dijo: "El dolor que hay en la vida, es pura sal. La cantidad de dolor siempre es la misma, pero el grado de amargura que probamos, depende del recipiente donde dejamos la pena. Así, cuando sientas dolor, lo único que debes hacer es agrandar tu sentido sobre las cosas. Pasa de ser un vaso de agua, a convertirte en un lago."
Elena de Miguel
Psicóloga y coach
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