La palabra
maltrato está muy presente en nuestra vida cotidiana, en las noticias, en la
educación de nuestros hijos, en las empresas y en muchas más casas de las que
creemos. No tiene por qué dejar huellas visibles, si no que por lo general va
minando la autoestima de quién lo sufre día a día hasta destruirle. A pesar de
las medidas de prevención que parecen existir, lo cierto es que las víctimas
están muy solas y se sienten muy incomprendidas.
Durante mucho
tiempo se ha tendido a culpabilizar a la víctima con frases como “ella se ha
metido en esto” o “algo habrá hecho”. Esta actitud humana pretende protegernos,
externalizamos el problema y damos más poder a la víctima del que realmente
tiene. Nos sirve para pensar que todo esto es más ajeno a nuestra vida de lo
que realmente es, que el agresor y el agredido son personas que no se parecen
en nada a nosotros. La triste realidad es que muchos podríamos encontrarnos en
esa situación bien por un jefe agresivo, porque nuestro hijo sufre bullying o
porque nuestra pareja nos hace sufrir física o psicológicamente. Nadie elige
encontrarse en esa situación.
Hablaré hoy del
maltrato en la pareja, por ser un problema social muy importante que requiere
todo nuestro conocimiento e implicación para reducirlo.
El agresor es
una persona sin empatía que comienza dominando sutilmente sin que la persona se
entere. La víctima va haciendo ciertas concesiones y le resulta muy difícil
marcar donde está la normalidad y donde comienza el maltrato. El agresor no
siempre es malvado, si no, obviamente la persona que tiene cerca no lo
aguantaría, suele dar como se suele decir “una de cal y otra de arena”. La
víctima puede creer que algún día cambiará o que ella le hará cambiar, lo
cierto es que se atribuye un poder que no tiene. Esto nunca ocurrirá, si no que
muy probablemente irá a peor.
En este proceso
de hacer cambiar al otro va cediendo libertades, al principio por no discutir,
más adelante por miedo a la reacción agresiva del otro. Normalmente la
violencia sobretodo emocional va acompañada de mensajes ambivalentes, si la
víctima se pregunta ¿qué ha pasado para que el otro reaccione así? Puede que el
agresor conteste “tú sabrás lo que has hecho” así la culpa vuelve a la víctima
que empezará a creer que efectivamente algo habrá hecho mal.
El agresor
normalmente imposibilita una normal comunicación, se niega a dar explicaciones
y asusta no solo con el lenguaje verbal, si no que a veces una sola mirada de
odio puede hacer temblar a la víctima. Ante esta situación de impotencia puede
que en ocasiones la víctima pierda los papeles, eso es lo que el agresor
buscará para añadir “ves, tenía razón, estás loca” otra vez la culpa vuelve a
la víctima.
Ante esta
agresión continuada y ausencia de comunicación clara, la víctima es probable que
se vaya aislando, que vaya creyendo esos mensajes que vienen de la que supone
que es la persona que más le quiere. Llega un momento en que su autoestima está
tan minada que aunque sabe que esa situación es insostenible no tiene fuerzas y
tiene tanto miedo de las represalias que sigue sumida en la situación. Es
muchas veces la presencia de alguien externo el que pone la voz de alarma a la
víctima de que lo que está viviendo efectivamente no es normal.
Sin embargo el
miedo a las consecuencias y la realidad de la ausencia de verdadera protección
a la víctima es la que le impide dar un paso adelante. Es normal que en el
estado tan parecido a una verdadera depresión en que se encuentra la víctima,
donde la indefensión es el sentimiento
más predominante le resulte imposible ver una salida.
¿Qué hacer
entonces?
El primer paso
para una persona que se encuentre en estas condiciones es pedir ayuda a un
agente especializado. En casi todas las ciudades existe algún instituto de la
mujer o asociación dedicada a la prevención de la violencia de género, es la
mejor vía para informarse de las posibilidades de acción y para encontrar apoyo
para el problema. En una situación en que la víctima ha sido destruida
internamente es necesario reconstruirse para poder llevar a cabo alguna acción,
la mejor manera de hacerlo es pedir asistencia psicológica o acudir a algún
grupo de apoyo de personas que estén en las mismas condiciones. Esto le ayudará
a salir del aislamiento y empezar a cuidarse, si esto no se hace como primer paso,
es difícil salir.
Para concluir,
a mí siempre me gusta pensar, esto ya es cosa mía, que una pareja tiene que
sacar lo mejor de ti mismo, en el momento en que vas restando de lo que eres,
algo falla en la relación. Si un día te encuentras pensando “esta no soy yo, me
está cambiando, a peor” sal en cuanto puedas.
Elena de Miguel
Psicóloga y coach
No hay comentarios:
Publicar un comentario