Si te pregunto cuál es la definición de felicidad,
¿sabrías decirme?
Según la RAE “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”.
Pues menuda desilusión,
tanto tiempo buscándola y resulta ¿qué esto es la felicidad? Parece que de
tanto usarlo el
concepto de FELICIDAD, sí de felicidad con letras mayúsculas, está demasiado
desgastado. Se habla de felicidad por todas partes. Felicidad que se alcanza
con dinero, felicidad que no se alcanza con dinero, salud como requisito para
ser feliz, amor como herramienta para lograr la felicidad… Y podría seguir
porque hay tantos tópicos que suponen la felicidad que podríamos estar
eternamente discutiendo sobre las cosas que supuestamente nos permiten ser
feliz y no nos pondríamos de acuerdo.
Tanto hablar de ella se ha convertido en un
concepto vacío, del que todo el mundo habla, todo el mundo pretende alcanzar
pero pocos se han planteado realmente “¿que
implica ser feliz para mi?”
Esta manera de ligar la felicidad a la ausencia de
sufrimiento, a que todo esté bien, inalterable o a una euforia constante nos
frustra enormemente porque la aleja de nuestro alcance, es casi imposible
permanecer en este estado mucho tiempo, suponiendo que sea posible llegar.
Porque el sufrimiento es inherente a la vida, porque no somos rocas y las cosas
nos afectan y nos emocionan y porque si constantemente estuviéramos en este
estado de euforia probablemente moriríamos de un infarto.
Sin embargo seguimos aspirando constantemente a
ello y esto produce dos evidentes problemas: si uno tiene algo en su vida que
considera que anda mal se obsesiona con aquello que anda mal, “si esto no estuviera en mi vida, sería feliz”.
Si uno esta bien y aparentemente no tiene ningún problema se frustra queriendo
acceder a ese concepto de felicidad más bien difuso e inalcanzable “¿por qué no soy feliz cuando debería serlo?”.
Hoy quiero proponer una felicidad, así, con letras
minúsculas, pero no menos importante. La que viene ligada a pasar momentos con
gente que queremos, a encontrar un sitio libre para aparcar en un sitio donde
es muy complicado hacerlo, la del reconocimiento por un trabajo bien hecho, la
de la comedia que te hace reír sin parar, la de escuchar la canción que te
gusta cuando pones la radio, la de conseguir algo que anhelas... Una felicidad
que no es todo o nada, si no que suma o resta, hay días que seré un poco más
feliz y otros un poco menos, pero desde luego no pasaré de feliz a infeliz en
un instante.
Quizá no sea adecuada llamarla felicidad y
tendríamos que llamarla de otra forma, esto nos ahorraría problemas. Quizá cada
uno podríamos ponerle un nombre, porque para cada uno lo que nos hace
disfrutar, lo que da sentido a nuestra vida es distinto. ¿Por qué entonces pretendemos que para todos sea igual? ¿Qué
pasaría si aceptamos que el concepto que nos han enseñado de FELICIDAD no
existe? Que existen momentos de alegría,
que existen proyectos que nos ilusionan, que existen actividades en las que el
tiempo se olvida, que existen personas
que nos hacen sonreír y todo esto es maravilloso, porque ya está en nuestra
vida hoy, no es necesario buscarlo sin cesar, puedes ampliarlo, puedes
dedicarle más tiempo pero en mayor o menor medida ya está presente en nuestra
vida.
Te propongo que crees tu nuevo concepto, no
pretendas que sea igual que el del vecino, ni que el que dan en los anuncios de
perfume, que tengas claro lo que te hace sentir bien en tu vida ya hoy y cómo
esto podría estar todavía más presente en tu vida mañana, quizá así sin darle
demasiadas vueltas un día encuentres “TU FELICIDAD” o como la quieras llamar.
Elena de Miguel
Psicóloga y coach